Marina Nuñez. Multiplicidad, 2006. FUENTE: http://www.marinanunez.net/2006-galeria-4/
Las investigadoras feministas han demostrado las consecuencias de los sesgos de género en la construcción de la ciencia y de la tecnología. A lo largo del tiempo, el desarrollo de teorías feministas sobre la tecnociencia conllevan no sólo un análisis epistemológico mejor sino una ciencia y unas tecnologías también mejores y estas son las llamadas epistemologías feministas [1]. Estas epistemologías superan en gran medida la distinción entre ciencia y tecnología, así como la dicotomía entre naturaleza y sociedad, sujeto y objeto, natural y artificial, que estructuran la ciencia de la modernidad.
Las figuraciones filosóficas feministas de Donna Haraway (1995) y Rosi Braidotti (1994, 1996) – El ciborg y el sujeto nómada- personifican la tecnología y la subjetividad, y se esfuerzan para nivelar jerarquías sociales basadas en la separación de estos conceptos. Donna Haraway (1995, 2015) defiende una teoría de la objetividad encarnada que permite desarrollar proyectos de ciencia feminista paradoxales y críticos. Muestra que los conocimientos son siempre situados y que las formas de conocimiento están encarnadas. El proyecto feminista de contemplar la imbricación contemporánea de la ciencia y la tecnología de las sociedades avanzadas, en las vidas cotidianas y, incluso, en los cuerpos biológicos, ha permitido a Haraway, dotar el ciborg (humano-máquina), de una proyección epistemológica vez que política.
Marina Nuñez. ST (ciencia ficción), 3/5, 2006. FUENTE: http://www.marinanunez.net/2006-galeria-3/
Las pretensiones científicas de objetivar el mundo generan modelos de realidad de los que nos debemos responsabilizarnos porque están estructurados, pero también porque son estructurantes de la vida de la gente. La objetividad feminista no se basa en la neutralidad ni en el aislamiento del objeto y la autonomía del mismo sujeto cognoscente, sino en una visión integradora -no reductora- de la complejidad de las cosas, según la cual el sujeto se ve en continuidad con el objeto que estudia. Tanto la mirada epistemológica como la política debe ser comprometida pero sin pretender ser totalizante. No nacemos “mujeres”, dirá también Haraway, pero las identidades creadas en las prácticas científico-tecnológicas encarnan en los sujetos y en los objetos y, como tales, tienen consecuencias políticas. Es justamente desde una posición discursiva feminista que se llega a desplegar una serie de gradaciones epistémicas que se va transfigurando en relación a las nuevas necesidades sociales.
El énfasis en articulación y potencia política de las redes y las interfaces como territorio ciborg, donde los géneros y los cuerpos puedan superarse en un mundo postgénero, ha dado lugar a diferentes debates feministas orientados al ámbito tecnológico y digital (ciberfeminismos, tecnofeminismo, postfeminismes, transfeminismo, entre otros) situados en la exploración crítica de las identidades (Zafra, 2014). Estos debates se han articulado con otros relacionados con la biotecnología y la ingeniería genética (Donna Haraway, 2004).